Don Lindor aprendió el oficio a los 18 años, trabajando de ayudante con su padre, don José del Carmen Contreras quién vino de Chiloé a los 18 años, y se asentó con su familia en el sector de Playas Blancas tras casarse en Puerto Aysén. Ahí en la ribera del fiordo Aysén hacían sus embarcaciones juntos, como familia y cuando su padre falleció, don Lindor, trabajó solo y continuó con el oficio aprendido y heredado del vínculo familiar. Don Lindor, oriundo de Puerto Aysén, aprendió mirando a su padre que trabajaba sin planos, y ningún otro tipo de material de apoyo o guía para la construcción de una embarcación. Su padre aprendió del mismo modo, mirando, porque no sabía leer ni escribir.
Al cabo de un tiempo, don Lindor logró conseguir un terreno (espacio) a 10 km de la costa, en el mismo lugar de Playas Blancas, con el fin principal, de construir embarcaciones junto con su esposa, Elcira Ruiz. Juntos iban al monte a cortar palos y a pulso los traían y armaban los botes. Después, por el río a caballo, o con yunta de bueyes, los transportaban a la costa para su entrega. Comenta que, un bote de 4 metros lo bajaba solamente entre él y su esposa, y también había ocasiones en las que su esposa los transportaba sola, con la ayuda de 3 caballos; animales que a la vuelta aprovechaba como pilcheros: cargados con harina, azúcar, papas y otros víveres que llegaban en bote a la ribera. Como era costumbre, Elcira montaba a caballo junto a otras mujeres del sector, trasladando así los alimentos al hogar.
Dentro del ejercicio de la práctica, don Lindor recuerda, que “embaraban” el camino, es decir, hacían cuñas con palos en los sectores más complicados del trayecto, para facilitar el traslado de las embarcaciones y evitar que se enterrara el bote y los bueyes o caballos en el traslado por tierra.
Don Lindor cuenta que, junto a su esposa, hicieron más de 50 botes chicos mientras sus hijos estaban en la escuela. Doña Elcira le ayudaba también a encuadernar, a cocer en el tubo las tablas, a clavar, con la prensa, etc; era su ayudante. Hacían los botes de ciprés que sacaban de su mismo campo cortando con motosierras, para hacer la madera y los tablones necesarios para la embarcación. Además de ello, expresa que también fueron campesinos, es decir trabajaron el campo, teniendo de todo para el consumo de la casa: zanahoria, lechuga, cilantro, dos invernaderos, dedicándose también a la crianza de animales y vendiendo leña en menor medida, dada la dificultad que implicaba su traslado.
Recuerda que, durante el período del auge de la pesca artesanal (entre 1980 y el año 2000), existían muchas personas que no tenían para pagar una embarcación, por lo que él, con la colaboración de su esposa, les hacía igualmente los botes y “de palabra” se comprometían a pagarle después en cuotas; así ayudó a muchas familias que trabajaban del mar y recuerda que muy pocas no cumplieron el trato.
Comenta que, a veces, pasaba gente por el campo o por el río en kayak y lo ayudaban en la construcción de embarcaciones. Además tuvieron muchas visitas que les colaboraban en lo mismo, llegando gente incluso de Santiago. De ese modo ha transmitido sus conocimientos y también conversando con la gente local, “la que muchas veces no conocía ni Puerto Aguirre”, señala.
Su hijo, al igual que él, aprendió observando y recibiendo orientación directa. Actualmente, con 60 años de edad, es también un maestro carpintero de ribera reconocido, habiendo terminado recientemente una lancha de 18 metros, lo que llena de orgullo a don Lindor.
Hoy, don Lindor ya no ejerce su oficio debido a problemas cardíacos que le impiden realizar esfuerzos físicos. Hace aproximadamente diez años dejó de construir embarcaciones por cuenta propia. A esto se sumó el devastador tsunami que afectó a Playas Blancas en 2007, donde perdió a tres familiares y gran parte de sus herramientas de trabajo, incluidos los motores y el tubo para calentar madera. Tras esta tragedia, se trasladó definitivamente a Puerto Aysén.
Actualmente, con 87 años y junto a su esposa de 82, don Lindor sigue compartiendo sus conocimientos sobre la Carpintería de Ribera. Fue una figura clave en la creación del Sindicato de Trabajadores Independientes Carpintería de Ribera de Puerto Aysén, gestionando su conformación con autoridades locales y regionales, incluido el entonces gobernador.
Aunque originalmente se dedicaba al campo en el valle Quitralco, la Carpintería de Ribera marcó profundamente su vida, llegando a ser uno de los últimos maestros del fiordo. Su trayectoria se enmarca en un modo de vida tradicional entre el fiordo y Puerto Aysén, que combinaba la agricultura, la pesca, la navegación y el traslado de botes por tierra y río. Este estilo de vida se extinguió tras el tsunami de 2007, que representó el mayor trauma de su vida. Don Lindor recuerda con claridad su participación en las labores de búsqueda y rescate, así como el apoyo que brindó a la Armada de Chile en la navegación por un fiordo que conocía como la Palma de su mano.
Don Lindor Contreras ha desempeñado un rol fundamental como maestro carpintero de ribera y dirigente local. Aunque en la actualidad no trabaja directamente en la construcción de embarcaciones, su experiencia y conocimientos contribuyen de manera significativa a la salvaguarda y transmisión del saber tradicional, resaltando por su trayectoria lograda y el reconocimiento de sus pares.
El cultor expresa que aun cuando no se desempeña haciendo embarcaciones como antaño, considera que sus conocimientos ayudan a mantener viva la Carpintería de Ribera hasta la actualidad. Sintiendo orgullo de haber sido un carpintero y ciudadano valorado y visitado por varios presidentes de Chile, extrañando la presencia en su casa del actual Presidente Gabriel Boric con quién quisiera tener el gusto de conversar, para que la Carpintería de Ribera siga siendo un patrimonio pujante en Aysén.
Considera muy importante dentro del trabajo de reconocimiento que le ha hecho el Estado el que consideren a su esposa reivindicándola como una verdadera maestra de ribera y figura patrimonial, pues ella, al igual que él, es una verdadera maestra. Subraya que la Carpintería de Ribera no debe considerarse únicamente como una labor masculina, sino como una práctica familiar, en la cual hombres, mujeres e hijos desempeñan roles protagónicos.
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