Don Julio Barrientos Barría se formó en la Carpintería de Ribera desde una edad muy temprana, durante su infancia en Puerto Aguirre. Afirma haber aprendido “desde que tiene uso de razón”, ya que su padre, Alfonso Barrientos Vidal, dedicó toda su vida a este oficio. Recuerda que “desde que pudo levantar un palo andaba ayudando”. Así ya, a los 5 años se encargaba de que el fuego estuviera siempre vivo para cocer la madera en el tubo.
A los quince años tomó por primera vez las herramientas de manera formal, construyendo una embarcación para don Pedro Vargas. En ese tiempo, debido a la diferencia generacional —su padre tenía 77 años y él solo 15— comenzó poco a poco a hacerse cargo, hasta el punto en que su padre pasó a ser su ayudante, y é l el maestro, invirtiéndose así los roles.
Así como su padre, don Julio también aprendió de su padre, el abuelo Barrientos Ampuero y por el lado materno también su abuelo don Pedro Barria Muñoz era carpintero de ribera, por lo que la Carpintería de Ribera es una herencia familiar para don Julio. Recuerda que su padre siempre estuvo con trabajo, reparando embarcaciones, siendo el oficio el principal sustento de la familia.
Su madre también participaba activamente en este oficio, transformándose así en “la primera que ayudaba haciendo los dobléz, las curvas, pues solo casi no se puede hacer el trabajo”, señala. Además, ella trabajaba en la casa y en una pesquera, por lo que la Carpintería de Ribera fue un esfuerzo compartido y familiar. Don Julio recuerda que, al llegar a Puerto Aysén, fabricó junto a su esposa un bote en su propia casa, utilizando clavos de cobre, de la misma manera en que su madre colaboraba en la construcción de embarcaciones ayudando a su padre.
Don Julio recuerda que cuando se abrió el país a la merluza, es decir a la exportación de este pescado en 1980, se produjo un “boom de la pesca artesanal” y le mandaron hacer muchas embarcaciones, para lo que tuvo que contratar ayudantes y dedicarse a tiempo completo a “a construir embarcaciones; pero botes nomás, con motor fuera de borda”. Detalla que entre los años 1987 y 1990 fue el periodo en el que más construyó botes y lanchas de madera. Por esa época también fue la “fiebre del loco” y ganó mucho dinero siendo carpintero de ribera y sobre todo buzo, pues “lo que se ganaba en el loco era una locura”, comenta. Recuerda también que “en Puerto Aguirre fue lo máximo de la fiebre del loco” y, que, en ese tiempo, venían empresas a comprar a 1600 pesos la unidad; precio extremadamente conveniente para la época.
Trabajó también como armador (persona que arma, equipa y opera una embarcación), buscando ayudantes. Comenta que en Puerto Aguirre tenía mucho más trabajo, dado que se trata de una isla donde casi todos los habitantes dependían de una embarcación, lo que promovía una cultura del cuidado y mantenimiento de estas. En contraste, en Puerto Aysén todo es más rústico y, además, utilizan más en el río que en el litoral, lo que, a su juicio, influye en un menor cuidado y conservación de las naves.
Se estableció en Puerto Aysén en 1993, trabajando durante once años en una empresa dedicada a embarcaciones de gran tamaño. Recuerda que en ese tiempo, estuvo “más o menos no más”, porque no pagaban tan bien, aunque la remuneración era el doble del sueldo mínimo de la época. Sin embargo, mantiene fresca la memoria de cuando salían al litoral a recolectar madera cuando les faltaba para la construcción de embarcaciones porque “era como un relajo” -comenta-, en la rutina cotidiana del trabajo.
A lo largo de sus más de 45 años de trayectoria en producción y fabricación de embarcaciones, ha transmitido sus conocimientos a dos sobrinos de Puerto Aguirre, quienes actualmente residen, uno en Coyhaique y el otro en Puerto Natales, donde se desempeñan como carpinteros de casas. Trabajo que han desempeñado con mucha facilidad gracias a los conocimientos adquiridos en la Carpintería de Ribera.
Don Julio expresa que siente una profunda satisfacción al ver cómo el pescador que le mandó hacer una lancha está trabajando con la lancha y empieza a surgir por esta herramienta de trabajo que le fabricó él.
Destaca a su vez la satisfacción de ver una embarcación construida por él flotando con estabilidad y sin filtraciones, logros que reflejan la calidad del trabajo y que asocia a la buena labor del sellado: la estopa. Recuerda que antiguamente se sellaba y se pintaba con alquitrán (subproducto del petróleo que se usa para impermeabilización y conservación de la madera), haciéndose “una mezcla con brea (sustancia similar, pero menos procesada que el alquitrán) que cristalizaba y secaba el alquitrán”, pues, aunque existía la pintura, era lo que más estaba al alcance. Menciona también el uso posterior de pabilo en base a algodón y después de masilla. Asimismo de la pintura con talco con las que además pegaban los vidrios antiguamente y, luego las masillas para el agua, recuerda con claridad.
En la actualidad, ya no está construyendo embarcaciones de madera, nuevas y trabaja sólo en reparaciones. Dependiendo del trabajo, relata, contrata gente que sepa, y generalmente trabaja con don Javier Lepio, al igual que con sus hermanos, perteneciendo todos al Sindicato de Trabajadores Independientes Carpinteros de Ribera de Puerto Aysén.
Ahora que trabaja de manera independiente, se siente mucho más relajado y cómodo. Recuerda los valiosos los conocimientos que le transmitió un profesor ingeniero naval español sobre fibra de vidrio, a principios de la década de 1980, cuando estudiaba en el AIEP de Chiloé. Gracias a esa formación, pudo responder con éxito, cuando un empresario de la industria salmonera y piscicultura lo contactó para trabajar en fibra de vidrio.
A lo largo de su carrera, ha experimentado la evolución de los materiales y las normativas. Como ejemplo, menciona su participación como supervisor construyendo en fibra de vidrio, junto a 11 personas, un trimarán de 12 metros, embarcación de 3 quillas que actualmente está en uso para el turismo en Ushuaia, equipada con cocina, baño y sala de estar.
En esta perspectiva reflexiona que hoy los camarotes deben tener un mínimo de 90 cm. según normativa de la Armada, a diferencia de los antiguos, de solo 50 cm. Tras esto, considera que la Carpintería de Ribera debe ir adaptándose a estos nuevos requerimientos y desafíos técnicos.
Don Julio también subraya que el carpintero de ribera es muy distinto al carpintero convencional de casas. Destaca que muchos han intentado ejercer en la Carpintería de Ribera sin mucho éxito ya que en su mayoría “hacen cajones cuadrados no más”. Expresa que la Carpintería de Ribera exige dominio de ángulos complejos, ya que trabaja mucho con éstos y sus diseños son más aerodinámicos, para mayor estabilidad de la embarcación en el agua y un buen desempeño frente al roce del viento y oleaje.
Don Julio se considera un carpintero de ribera integral, con la capacidad de construir cada componente de una embarcación. Si bien, con modestia, afirma no considerarse un “maestro seco” (muy experto), sí se reconoce como altamente competente en la integración entre carpintería y fibra de vidrio, área en la que se siente particularmente especializado.
Destaca que los conocimientos adquiridos a lo largo de su vida han sido clave para alcanzar los logros que hoy lo llenan de satisfacción. Considera que la Carpintería de Ribera debe mirarse desde una perspectiva más integradora y contemporánea, en la que se reconozca su valor patrimonial, pero también su potencial de adaptabilidad a nuevos materiales, normativas y demandas del mercado. En este sentido, promueve una mirada de futuro para el oficio, que permita su continuidad y revitalización, especialmente entre las nuevas generaciones.